El
desencantamiento de la sexualidad
Por Alberto Buela (*)
A Pedro Godoy, el
insobornable.
El misterio en el caso que
nos ocupa es la vinculación intrínseca entre sexualidad y fecundidad.
Hace ya medio siglo el
filósofo marxista, renegador del marxismo y cofundador con Jean Paul Sartre de
la revista Temps Modernes, Maurice Merlau-Ponty(1908-1961) rescataba la idea de
cuerpo propio como un todo psicofísico, que se hace en la incertidumbre de la
vida, en su magistral obra Fenomenología de la Percepción, pretendiendo superar
la dicotomía alma-cuerpo o más precisamente res cogitans- res extensa que su
compatriota, René Descartes, había impuesto en el nacimiento de la modernidad,
para explicar la naturaleza del hombre.
Es el mismo autor francés
que en un artículo imperdible Mundo
clásico y mundo moderno nos dice que: los modernos no tienen ni el dogmatismo ni
la seguridad de los clásicos, ya se trate de arte, conocimiento o acción. Tienen
otro dogmatismo: eliminar el misterio en el conocimiento del hombre”.
El misterio en el caso que
nos ocupa es la vinculación intrínseca entre sexualidad y fecundidad.
Antes que nada conviene
aclarar que el tema del sexo que vamos a tratar, plantea lo que llama Hegel una
situación diplomática, donde las palabras, en este caso sexo, significan por lo
menos dos cosas y donde las cosas no se dejan nombrar por una sola
palabra.
Nosotros que caímos a la
existencia inmediatamente después del final de la segunda guerra mundial y que
fuimos formados, o mejor des-formados, por todo el ideario aliado, tenemos que
hacer un gran esfuerzo intelectual para comprender la ligazón entre sexualidad y
fecundidad..
El sexo, a pesar de lo que
se nos enseñaba en contrario, desde siempre se nos presentó como “el sumo
placer”. Ni qué decir con su vinculación a la “hombría”, porque el que no
“debutaba” en tiempo y forma era un gil o cosas peores. ¡Quién no recuerda los
baños con permanganato!.
Todo esto para mostrar que
no estamos escribiendo desde la mojigatería o la gazmoñería, sino desde un
pensamiento situado.
La modernidad al quebrar la
idea clásica de hombre como unidad de cuerpo y alma, y reservarle al primero la
medida y a la segunda el pensamiento, destruyó la unidad intrínseca entre
sexualidad y fecundidad.
El sexo, se redujo al
cuerpo y pasó a ser, entonces, cuantificable, mensurable. Comenzó un proceso de
trescientos años de perfeccionamiento sexual. Las técnicas y sus instrumentos
cada vez más sofisticados lograron escindir radicalmente sexualidad de
fecundidad.
Así
llegamos a nuestros días en donde preservativos, para todos los gustos, y de una
textura extraordinaria nos hacen admirar nuestra potencia viril que antes
funcionaba con esas “cámaras de bicicleta” que eran los antiguos
profilácticos.
El sexo esta limitado a
eso: goce y satisfacción. Este es el sexo como facultad gimnástica. Se banaliza
la sexualidad al alentar su práctica precoz, que la limita, en general, a una
gestualidad física.
Este sexo tiene dos
problemas: el sida, que es mortal y
el embarazo adolescente, que es social, ya que deja como consecuencia madres
jóvenes solteras por doquier con hijos a cuestas.
¿Cómo se lo previene? Con
las pastillas anticonceptivas y el condón, repartido por millones desde el
Estado. ¿Cómo se lo resuelve, si no
dieron efecto? Con la legalización del aborto.
Se
quiere desde el Estado en forma legítima, por ello se busca la sanción de las
leyes abortivas, combatir la enfermedad mortal y social.
Ya está. Aparentemente, el
tema quedó resuelto.
El pensamiento progresista,
así se caracteriza al pensamiento laico moderno de hoy, encuentra un solo
obstáculo. El de la
Iglesia católica troglodita y reaccionaria que dice: No.
Pero este laicismo
progresista ya no es un elemento neutro que abre espacios de libertad como lo
fue en la época de sus padres fundadores, Diderot. Volataire et alii, sino que se transformó en una
ideología(la izquierda progresista socialdemócrata) que se impone por la
política y no concede espacios públicos a otras versiones que lo opugnan.
Pero, ¿por qué
la Iglesia
dice no? Apoyada en dos petitio
principii: la castidad y la fidelidad,
sabe que es imposible eliminar el misterio en el conocimiento del hombre,
y que en este tema puntual, el misterio está en la relación intrínseca entre
sexualidad y fecundidad.
Los adelantos tecnológicos
han separado ambos aspectos, y los piensan como distintos. Esto responde al
cambio radical introducido por Descartes en la antropología cuando escindió en
el hombre res cogitans de res extensa
y lo transformó en un “sujeto”.
Este cambio antropológico
parece irreversible. Hoy el sexo está, de hecho y de derecho, escindido de la
fecundidad de ahí la nivelación de todas las experiencias sexuales. El
igualitarismo en este domino hace que todas valgan lo mismo, todas tienen el
mismo valor. Las relaciones heterosexuales, homosexuales, bisexuales, zoofílicas
o autosatisfactorias, se tornan equivalentes. Todo está permitido en función del
mayor goce.
El escritor Abel Posse en
un reciente y espléndido artículo: El
sida y la enfermedad espiritual ha remarcado esta diferencia: “se combate legítimamente la enfermedad
física sin reparar en la enfermedad espiritual y metafísica de la permisividad.
Estamos sumidos en la incómoda peripecia del impudor”. (1)
Es que el sexo toca el
dominio más profundo de la privacidad (2). Allí está la raíz de la eternidad del
hombre al decir de Aristóteles: Cuando un
hombre engendra a un hombre. El reparto burdo y millonario de preservativos
por parte del ministerio de salud, quiebra la inocencia de miles y miles de
niños y adolescentes, elimina el tema del misterio en la sexualidad. Al alentar
indirectamente la precocidad sexual, porque algo tiene que hacer un niño con el
preservativo o una niña con la píldora anticonceptiva, lo que producen es el desencantamiento del sexo.
Se pierde de una vez para
siempre ese encantamiento de hacer el amor con el ser amado pensando no sólo en
el placer sino también en lo que vendrá. Que no se limita a los hijos(fecundidad
biológica) sino al proyecto en conjunto de construir un futuro(fecundidad
existencial). El sexo abre el sentido de la vida en común. (3)
El sexo no se agota en la
fertilidad biológica del matrimonio. Esto lo observó magistralmente el filósofo
Max Scheler al comentar una observación del historiador romano Tácito: “cuando las mujeres germanas no ven en el
marido más que el padre de sus hijos, reducen el matrimonio a una forma de
reproducción”. (4)
Esta misma definición de
marido la hacen comúnmente las mujeres divorciadas de sus ex, cuando el amor
entre ambos ya partió.
La fecundidad existencial
es el fundamento más profundo del sentido y significación del sexo.
El acto sexual no se agota
en sí mismo como sucede con “los otros
goces”, un buena comida, una pieza de teatro o cine, la observación de un
cuadro o una escultura, o la audición de una buena sinfonía. La sexualidad
plena, exige la existencia de un proyecto. El sexo exige fecundidad, que a su
vez no se limita a la fecundidad física. El sexo ocasional, pasajero o
prostibular, termina en el sabor amargo de encontrarse en una soledad mayor al
concluir.
Así lo entendieron los
griegos. Con el sexo unitivo del mito del Andrógino, magistralmente narrado por
Platón en su famoso Banquete, una parte busca a la otra para descansar
en ella y por el solo hecho de estar con ella.
Vemos entonces que cuando
decimos sexo, decimos goce, pero también decimos unión y fecundidad.
Notas
(1)
La crítica de Posse apoyada en las categorías de permisividad e impudicia se
mueve, lo que no es poca cosa, en el lugar de los moralizadores al estilo de
Miguel de Montaigne. Nuestra posición, no la invalida, pero se apoya en la
escisión entre sexualidad y fecundidad
lo que conduce al desencantamiento del sexo.
(2) Sobre este tema de la
privacidad tan personal viene a cuento un anécdota que le sucedió al eximio
filósofo cordobés Nimio de Anquín, cuando ya mayor, su médico le sugirió un
tacto rectal, a lo que respondió: No, el
ser no me lo tocan.
(3) Sobre esta relación tan
íntima entre sexualidad y fecundidad existencial nos comenta el sociólogo Martín
María Crespo: “Esta es la raíz de la
frustración que se experimenta cuando, aún queriendo y teniendo hijos, es decir
alcanzando la fecundidad biológica, la unión de la carne no alcanza su plenitud
en la fecundidad existencial. Fecundidad que se verifica en el mutuo crecimiento
y perfeccionamiento en el amor, en el reconocimiento de un común sentido, en
definitiva, en el amor al Destino del otro. "Nadie puede decir que ama al otro
si no ama su Destino" (Luigi Giussani)
¿Quién diría que la unión
carnal, por su propia naturaleza, nos encamina al encuentro con nuestro
Destino?. Esto sólo se hace más comprensible desde el Misterio de
la Encarnación.
Se trata del mismo Misterio pero al "verre": es la carne que se
diviniza, se une a su Creador. Así entendida la unión de la carne nos ata al
suelo, por la fecundidad biólogica y también nos ata al cielo -nuestro Destino-
por la fecundidad existencial.
Esta prodigalidad, esta
sobreabundancia que nos ha sido dada con el Don del vida, no puede menos que
estallar en un buen y simultáneo orgasmo: es la unión plena de los que se aman
con el Cosmos y su Destino. Y si no lo logra es por la crisis de sentido, el
vacío existencial que carcome cada vez más nuestras vidas despotenciándolas,
quitándoles fertilidad y fecundidad, virilidad y femineidad; hundiéndonos en el
tedio, la banalidad y la accedia. ¡¡Qué vida de mierda!!, ¡¡Qué desolación!!.
Dejamos de ser descendientes de ángeles, co-creadores que siguen la huella de la
fecundidad divina para transformarnos en aún menos que mera naturaleza
indiferenciada. Porque el hombre rebajado e igualado es menos que naturaleza, ya
que ésta aunque imperfecta lleva la huella de su Creador”.
Otro sociólogo el Chino
Carlos Fernández comenta al respecto: “La
clave de tu proposición filosófica está en la ampliación de la noción de
fecundidad, que trasciende el mero experimento biológico de tener hijos.
Este razonamiento no es
disidente, es dialéctico; por tanto superior en la escala de
valores”.
(4) Scheler, Max: Esencia y forma de la simpatía,
Bs.As.,Losada, 1957, p.242.-
(*) CEES (Centro de
estudios estratégicos suramericanos)